Por María Laura García
¿Alguna vez te has preguntado por qué, a pesar de tus palabras más sinceras, sientes que no encajas del todo? ¿O por qué algunas conexiones no florecen con la autenticidad que anhelas? La respuesta a menudo reside en una orquesta silenciosa que todos interpretamos a diario: la congruencia.
Imagina un músico que toca una melodía alegre, pero su rostro refleja profunda tristeza. ¿Confiarías en la alegría que intenta transmitir? Lo mismo ocurre con nosotros.
Nuestras palabras son solo una parte de la sinfonía. Nuestra mirada, la postura de nuestro cuerpo, el tono de voz, incluso nuestras acciones más sutiles, componen el resto de la partitura. Cuando estos elementos se desalinean, cuando lo que decimos choca con lo que expresamos sin palabras, generamos una disonancia. Y la gente, consciente o inconscientemente, la percibe.
Esta falta de coherencia es un eco que resuena en nuestras relaciones, en nuestra credibilidad y en la energía que proyectamos. Podemos pronunciar discursos elocuentes sobre la honestidad, pero si nuestra mirada esquiva o nuestros gestos son contradictorios, la autenticidad se desvanece. Las palabras pierden su peso cuando el resto de nuestro ser grita otra historia. Y es precisamente esta verdad a medias lo que a menudo nos aleja, lo que impide que las conexiones genuinas florezcan.
Ser congruente es un acto de honestidad profunda, no solo con los demás, sino, crucialmente, con uno mismo. Es unificar nuestra voz interior con nuestra expresión exterior. Es permitir que nuestros valores, nuestras intenciones y nuestras emociones se manifiesten de manera coherente en cada interacción. Cuando todo nuestro ser habla el mismo idioma, transmitimos una vibra de confianza, de verdad y de autenticidad que es magnética. Las personas se sienten atraídas por la claridad, por la transparencia, por la sensación de que lo que ven es realmente lo que hay.
Cultivar la congruencia es un camino hacia el respeto y la admiración, no por la perfección, sino por la integridad. Es un recordatorio de que somos seres complejos y nuestra comunicación va mucho más allá de las palabras. Al alinearnos internamente, no solo mejoramos nuestras relaciones, sino que también elevamos nuestra propia energía y bienestar. Nos sentimos más plenos, más «de verdad».
Así que, la próxima vez que te encuentres en una interacción, haz una pausa. Escucha no solo tus palabras, sino también la melodía de tu mirada, la expresión de tu rostro, el lenguaje de tu cuerpo.
¿Están todos cantando la misma canción? Porque es en esa armonía donde reside el poder de tu verdadera esencia.
Encuesta: ¿Qué tan Congruente Eres?
¡Queremos saber tu opinión! Reflexionemos juntos sobre este tema tan importante: ¿Te consideras una persona congruente entre lo que dices, tu mirada, tus gestos y tus acciones?
- Sí, la mayor parte del tiempo siento que mis palabras y mi expresión van de la mano.
- A veces me esfuerzo, pero reconozco que hay momentos en que no soy del todo congruente.
- Me cuesta ser congruente; a menudo siento que mis acciones o expresiones contradicen mis palabras.
- No me había detenido a pensarlo, pero ahora que lo reflexiono, creo que hay trabajo por hacer.
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