Por María Laura García
Esta mañana, mientras reflexionaba sobre el trajín diario, una imagen vívida inundó mi mente: vivimos sumergidos en la vanidad y la inmediatez, la vida se vive en profundidades de dos centímetros cuando es tan compleja y sustanciosa como el mar.
Esta idea me retumbó con tanta fuerza en mí cabeza, que me llevó a preguntarme si acaso esta superficialidad es la raíz de tanta frustración, ansiedad y depresión que observo a mi alrededor ¿Tú no sientes eso en muchos? Me refiero a la superficialidad, la insatisfacción que se traduce en muchas personas, en envidia, inconformidad, apatía, más reacciones llenas de rabia por distintas vías, aunque nada de eso lo reconozcan porque presumen de vidas “muy felices”, sobre todo en redes.
Como periodista de salud, y desde mi trinchera en @atusalud y @atusaludenlinea en otras redes, he sido testigo privilegiado de las tendencias y preocupaciones que impactan la sociedad venezolana y global. Y lo que veo, semana tras semana, es un preocupante patrón: muchos viven desde el afuera, de la imagen y del aparentar.
Se juzga el físico con una ligereza pasmosa, se glorifica la inmediatez de la gratificación (no importa qué pasa después ni las consecuencias de nada), y peor aún, nos ubicamos en extremos, incapaces de encontrar los matices y mucho menos en desentrañar la complejidad de la existencia. La falta de empatía al momento de tratar o criticar a los otros es pasmosa pues no se reconoce el desbalance interior que los lleva a ser individuos reactivos que se creen dueños de la verdad
El mundo lleno de colores, con sus abismos insondables y cambios permanentes, nos someten a una presión inmensa, que nos hace desear escapar y lo hacemos quedándonos para todo en la superficie, lo cual agudiza cualquier situación. ¡SI!, preferimos la comodidad de no crecer espiritualmente, por lo cual ponemos el foco en cultivar lo externo, lo que podemos comprar no lo que debemos trabajar, puesto que, allí en la superficie, el sol brilla y la vida parece más accesible. Sin embargo, ¿qué pasa si solo nos limitamos a vivir en la fatuidad, sin atrevernos a explorar lo que hay más allá?
En nuestra sociedad actual, la vanidad nos empuja a buscar, entre otras cosas, una perfección estética inalcanzable, dictada por filtros y cánones artificiales. La inmediatez nos consume, impidiéndonos disfrutar del proceso, del aprendizaje, de la espera que forja el carácter. Esta constante búsqueda de la gratificación instantánea nos deja vacíos inmensos cuando la realidad no cumple con nuestras expectativas efímeras. Y esto está pasando en todas las edades, tristemente.
A esto se suma la alarmante realidad de cuando no nos conocemos lo suficiente internamente. Si amigos, muchos no se conocen a sí mismos y lo peor es que generalmente les da miedo profundizar en su espíritu, por miedo a reconocer que no están bien o no lo están haciendo como deberían. Por ello es más fácil hacer en el afuera, para evitar el dolor propio y peor aún, tienden a regodearse en el dolor de los demás.
Ahora bien, si evitamos sumergirnos en nuestro propio interior, ¿cómo podremos comprender nuestras motivaciones, miedos y verdaderos deseos? Para desde ese autoconocimiento sanar mental y emocionalmente, y ser felices de verdad.
Nos negamos a explorar las capas más profundas de nuestro ser, esas que contienen no solo nuestras fortalezas, sino también nuestras «oscuridades». Preferimos mantenernos a flote, en la superficie de lo aceptable y lo cómodo (insisto), por miedo a lo que podríamos descubrir si hurgamos en nuestro corazón.
Muchas veces, hundimos a los demás para que estén el fondo con nosotros, así de mezquino puede ser el humano, porque los otros tienen que sufrir al igual que tú, aunque no lo reconozcas ¡Te muestras muy feliz en redes y lloras, más vives enfadado con todo y todos en privado!
Esta falta de autoexploración también se extiende a nuestras relaciones. No conectamos con los que nos rodean precisamente por miedo a las complejidades de la profundidad. Si no estamos dispuestos a mostrar nuestras verdaderas capas, ¿cómo esperamos establecer vínculos auténticos y significativos?
Mantenemos a los demás a distancia, ofreciendo solo una fachada pulcra, evitando que vean nuestras vulnerabilidades o aquello que consideramos «imperfecciones». Queremos vivir en la superficie de las interacciones, donde todo es ligero y efímero, porque confrontar lo «negativo» o NO amable de nosotros o de los demás nos resulta aterrador. Pero, lamentable o afortunadamente, es precisamente en esas profundidades donde reside la verdadera conexión humana.
Allí está la respuesta o el por qué la gente buena no se queda a tu lado. La vida NO es un océano de aguas poco profundas. Es un vasto y hondo mar que requiere de exploración, paciencia y coraje, para que los mejores peces y circunstancias lleguen a nuestro entorno. Precisa de que nos sumerjamos en nuestras propias profundidades, que abracemos nuestras complejidades y que aceptemos que no todo es blanco o negro.
Tal vez sea hora de soltar el facilismo que te ancla a lo superfluo y atreverte a bucear, a buscar la autenticidad en lugar de la validación externa. A cultivar la paciencia en lugar de la prisa. A abrazar la complejidad de tus emociones y relaciones, en lugar de simplificarlas.
Solo así podrás encontrar la verdadera satisfacción y la paz que tanto anhelas.
¿Te atreves a abandonar la comodidad?
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